Esos seres infelices, que pululan por las élites políticas, económicas, sociales, religiosas, militares. Asumiendo roles mesiánicos, con pretensiones de ser salvadores del mundo. Y que al final, terminan sumiendo a todos en el caos, la mentira, la desesperación y el miedo. Esos, que nos embarcan en procesos inciertos y sin retorno. En caminos plagados de trampas y sin muchas opciones.
Verdaderos matones, que con sus arsenales pretenden acorralarnos y asustarnos. Y que cuando encuentran resistencia, terminan siendo los asustados y acorralados. Y al sentirse sin salida pueden hacer cualquier locura, pues todo contendiente pretende una salida honrosa. Independientemente de lo honorable y moralmente sostenible de su posición. Así como de la sanidad de su mente y alma. Y además de las ansias de poder, la avaricia, e insana ambición, casi siempre originadas en disfunciones afectivas. Existen elementos de carácter histórico, así como otros vinculados al instinto de supervivencia. Por aquello de que a una fiera acorralada y bien pertrechada, hay que darle una vía de escape.
En mi ignorancia, pienso en un salvoconducto para el matón, que no necesariamente le proveerá de impunidad, gloria y fortuna. Sino solo un camino para apaciguar los ánimos y reconstruir el orden mínimo necesario para volver a la senda. Despejar dudas y hacer aflorar más fácilmente las emociones positivas que nos empujan a compartir y ser solidarios de verdad. Prestando atención a todo aquello que atañe a la felicidad y regocijo del pueblo. Y paralelamente, dejar de lado a esos seres infelices, incapaces de gestos desinteresados. Energúmenos que solo buscan satisfacer sus apetitos personales.
Avechuchos que ante una mínima cuota de poder, se sienten omnipotentes y con derecho a imponer sus caprichos. Deleznables y prescindibles seres infelices, que pueden llegar a realizar las mayores atrocidades contra sus congéneres. Hechos que en apariencia no le generan ninguna emoción, pero que seguramente los marcan y estimulan a llegar hasta las últimas consecuencias.
En esa visión maquiavélica, insensible, despiadada y cruel que tienen de los pueblos que dirigen, vuelcan toda su energía negativa. Lanzándose a emprender una misión que solo resulta plausible en sus perdidas y trastornadas mentes. Casi siempre ancladas en momentos históricos que les resulta especialmente agradables. Y que no les permite evolucionar hacia un mundo mejor y más justo.
Y sí, todo esto tiene que ver con nuestra actualidad. Pero lo podemos extrapolar a lo que ha sido toda nuestra historia. Desde tiempos inmemoriales, generación tras generación, hemos sobrevivido a ese tipo de personalidades. Y lo hemos logrado en base «…a sangre, sudor y lágrimas…» de seres anónimos, que han dado su vida para tener un mundo mejor.
Como siempre, somos poco memoriosos en ese sentido y propensos a repetir los errores. Y la historia es cíclica por ese motivo y por nuestra facilidad para crear una zona de confort. En una actitud egoísta, poco solidaria, que saca a relucir nuestras miserias. Y en ese aparente mundo perfecto, se tejen las redes y entramados que devienen en trágicas y lamentables situaciones. Finalmente todo volverá a su sitio, cada uno de esos personajes funestos irá acomodando el cuerpo para tener una salida lo más digna posible. Algo en verdad imposible desde el único punto de vista importante, el humano.
Y así vamos, sorteando las dificultades que se presentan en el trayecto. En el que lo poco que podemos atesorar son las vivencias, las experiencias que surgen a cada paso. Especialmente las generadoras de emociones positivas, tan importantes siempre y más en éstas circunstancias. Por ello, e independientemente de esos seres infelices, debemos abrir nuestro corazón. Sin importar de qué lado se está, dejar fluir la sensatez, el sentido común y la solidaridad. Y abrir el alma a esa imprescindible buena onda, es apremiante y vital.