La incompetencia

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La incompetencia, esa lacra que a todos nos afecta. Y claramente cuando esa carencia de idoneidad en tareas propias de gobierno surgen, se magnifica el mal. Por ello, cuando hablamos de política y especialmente de políticos, debemos ser muy críticos y exigentes en sus capacidades y cualidades para las tareas encomendadas. Qué, por cierto, no significa la necesidad de contar con un diploma en ninguna materia. Simplemente tener conocimientos generales y especialmente sentido común, honestidad y respeto por sus conciudadanos.

Esto queda claro en múltiples situaciones a lo largo de las distintas legislaturas. Todos en algún momento, nos equivocamos; y en la medida de contar con esos atributos específicos, podremos salir airosos de cualquier situación. Pues el sentido común, la honestidad y el respeto por nuestros semejantes, nos darán el valor y la fuerza necesarias para reconocer los errores y corregirlos. Y así, fustigamos la incompetencia, estimulando la virtud.

Esa grandeza de espíritu, de la que carecen en general la gran mayoría de quienes se postulan a cargos públicos, es la que puede hacer la diferencia a todos los niveles. Y por todo eso, debemos ser muy severos a la hora de hacer cumplir esos postulados de grandeza, honor, respeto y honestidad. Y a quienes no lo cumplan por omisión, obra o pensamiento, deberán dar cuentas ante la justicia y pagar a la sociedad su despreciable delito.

El respeto por la justicia, a la que debemos dar la independencia imprescindible para cumplir su cometido. Se pierde al limitarla o pretender dirigirla desde los estamentos gubernamentales, e implica asumir la justicia por mano propia y eso es muy peligroso. Cualquier ciudadano puede hacer uso de esa potestad y ejecutar a quienes considere responsables de actos delictivos de cualquier tipo. Sumiéndonos en un caos ingobernable fruto del mal ejemplo de nuestros dirigentes, de la incompetencia imperante.

Pero luego vienen otras consideraciones mas complejas, en especial definir el momento preciso en el que se toman determinadas decisiones. Valorar a quien corresponden esas decisiones, que normas y que poderes deben primar. Y siempre existe una norma que está por encima de todas y de todos. Algo que todos en algún momento votamos y que nos rige hasta cuando decidamos que es necesario un cambio, que de momento no lo parece.

Sí, me refiero a la constitución y según parece algunos políticos pretenden cambiarla amparados en que el pueblo los puso ahí. La constitución es algo que no se toca, y en caso de querer cambiarla, es imprescindible hacer la propuesta al pueblo soberano, que en definitiva será el que decida. Y claramente esos políticos están ahí por el voto popular, pero con un cometido muy claro, que se supone es respetar las normas y velar por el bienestar de toda la población. Los cambios mayores no les corresponden, solo el pueblo en su conjunto podrá hacerlo en el momento que alguien proponga algo con sentido común.

Por otra parte, nadie les obligó a postularse, ellos solos se pusieron en esa posición. Y según fueron avanzando en la legislatura, han cambiado los postulados que sus electores compraron. Abandonando aquellos por nuevos objetivos de carácter personal, buscando claros réditos políticos, permanecer en el poder. Y enarbolan eslóganes en los que se postulan como defensores de la democracia, adalides de la libertad y sin embargo, están cercenando todo eso. Se están transformando en su peor sueño, en viles dictadores, como tantos seres despreciables de la historia reciente.

Y todo comienza con buenas intenciones, palabras y programas de gobierno que convencen y entusiasman. Luego todo cambia, se levanta el telón y exponen la incompetencia, su verdadera naturaleza. Dejan a la vista sus miserias, su narcisismo escuálido y carroñero. Así y todo, continúan en su afán de poder y riqueza, culpando a quienes no comulgan con ellos, de todos los males. Se desligan de la responsabilidad que les compete, dando una clara muestra de sus bajas intenciones. Y quedan al descubierto, sin arrepentimiento ni misericordia, siguen su camino imperturbables. Manteniendo esa careta de bondad, en la que se escudan para seguir ostentando el mando supremo y perpetuarse en el pode. Objetivo de todos los dictadores, quienes se arrogan el saber y la inteligencia de la que carecemos los simples mortales.