Desde aquella primera vez, seguí como tripulante esporádico en el barco de la familia. Tenía mayor continuidad en la época de buen tiempo, en invierno prácticamente no salía con ellos. Había otras tareas en tierra, ir a la escuela, ayudar a mamá en la reparación de las artes de pesca. En fin, pero también mi edad y mi talla eran limitantes; yo era de los mas pequeños de mi edad y eso era un motivo de exclusión por diferentes razones. Igualmente, combinaba mis actividades en tierra con mi aprendizaje marinero, comenzando por el primer escalón, rapaz do barco.
A medida que pasaban los años, seguía siendo uno de los niños de menor estatura. Algo que comenzaba a resultarme un poco molesto, si bien por otra parte me dotaba de ciertas ventajas. Era muy ágil y mi bajo centro de gravedad, me brindaba mayor equilibrio, algo imprescindible para trabajar en un barco.
Al finalizar la guerra civil, ya había adquirido cierta experiencia como marinero y me sentía con mayor seguridad para asumir nuevos desafíos. En cuanto al clima social se percibía cierto grado de tranquilidad. Algo que unos pocos meses después se volvió a complicar.
La segunda guerra mundial nos ponía nuevamente en alerta y a pesar de la aparente neutralidad de España, todo auguraba que las penurias continuarían. Y así fue, después de esos meses de aparente calma, todo continuó enrarecido, sin un horizonte claro.
De todos modos, seguimos en nuestras actividades cotidianas, mi papá a pescar, mi mamá en las tareas hogareñas y reparando redes. Mis hermanos mayores Ramona, Roque y yo, ayudando dentro de nuestras posibilidades en todas esas actividades y en el cuidado de los más pequeños, Felipe y Felisa.
Entrado el año 1940, estábamos en nuestras actividades, cuando al atardecer, algunos marineros vinieron a casa. La solemnidad y gestualidad, nos llamó la atención, en especial a mamá, que inmediatamente intuyó que algo malo había sucedido.
Aquel grupo, era portador de las peores noticias, mi papá había fallecido. Él, estaba en el barco amarrado al muelle, limpiando redes y dejando todo pronto para salir al otro día. Parecía todo normal, hasta que en determinado momento, los colegas que realizaban tareas por allí, lo perdieron de vista. En primera instancia, no sospecharon nada extraño, se limitaron a seguir con sus tareas. Pasado algún tiempo, volvieron a prestar atención y comenzaron a buscarlo.
Al aproximarse a la Felisa, vieron su cuerpo flotando boca abajo. Inmediatamente le prestaron auxilio, pero ya era tarde. Aparentemente sufrió un desmayo, por lo cual al caer, golpeó la cabeza y al quedar boca abajo, se ahogó.
Aquellos momentos de angustia y dolor por la pérdida de papá, nos sumió en un proceso caótico y con pocas alternativas. Si bien los familiares y amigos nos arroparon y acompañaron durante los primeros momentos, había que tomar decisiones.
Mamá aún sumida en la congoja, poco a poco asumió su nuevo rol. Y en cuanto fue posible, buscó opciones para seguir sosteniendo a su familia. Había interés por nuestro barco, los marineros que navegaban con papá, decidieron asumir el arrendamiento y seguir faenando en la Felisa. Roque también siguió como tripulante y yo no continué mi actividad con ellos.
Los días se sucedían y nos íbamos acomodando a la nueva situación. En nuestras rutinas cotidianas no hubo mayores cambios, salvo la extraña sensación que nos generaba la falta de papá.
Mamá buscando el sostén de la familia, mi hermano mayor asumiendo algunas de las tareas de papá, los más pequeños y yo, intentando ayudar en la medida de nuestras posibilidades.
No era nada sencillo, pero la forma en que nuestra madre nos arropaba y lograba mantenernos unidos, facilitaba el camino. De todos modos, solo con los años pude valorar en su justa medida la increíble fuerza de mamá. Muchas veces, ante la falta de comida, no tenía más remedio que salir a pedir a los vecinos.
Tiempos difíciles en una época compleja y turbulenta del mundo. Y ahí estaba yo, asimilando las enseñanzas que la vida y las circunstancias planteaban. Pero al mismo tiempo, seguía siendo un niño travieso y alegre, que compartía con sus camaradas algunas fechorías.
Así, pasaron algunos meses, hasta que el invierno volvió a golpear con sus temporales. Aquel año, se sucedieron varios naufragios que sumieron en la tragedia a varias familias del pueblo, entre ellas la nuestra. Una vez más, la fatalidad se precipitó sobre nosotros.
Aquel día lluvioso, la Felisa zarpó del puerto a faenar al igual que los demás barcos. Poco a poco la tormenta fue arreciando y muchos de aquellos barcos, apuraron la tarea para retornar a casa. Algunos demoraron un poco, el viento y las olas, hacían cada vez más difícil recoger los aparejos. En aquellas circunstancias todo era más lento y dejar los aparejos, arriesgar mucho dinero.
Los más rezagados, fueron los que más sufrieron las consecuencias del mal tiempo. La Felisa era de los últimos y el fuerte viento la hizo derivar de tal modo que les resultó imposible evitar los bajos rocosos. El barco terminó totalmente destrozado y sus restos esparcidos a lo largo de la playa de Río Sieira. Fallecieron todos los tripulantes, algunos yacían en esa misma playa, otros pasados unos días, aparecieron en zonas rocosas cercanas.
Roque, mi hermano mayor, falleció ahogado en ese naufragio. Y mi familia, junto a otras que también sufrieron el azote de aquel temporal, quedamos sumidas nuevamente en la congoja y la desazón. Independientemente que la zozobra es parte de la vida de los pueblos marineros, nadie esta preparado para asimilar esos trágicos sucesos.
Ante tal golpe, casi al mismo tiempo que lo sucedido a papá, toco recomponerse y volver a tomar decisiones. Ahora, faltaba mi hermano mayor y solo nos quedaban nuestras manos para salir adelante. Mi condición de hijo varón mayor, me ponía en situación de salir a buscar un trabajo para sostener a la familia. Mi hermana Ramona, comenzaba a hacer sus primeras experiencias junto a tía Teresa en la compra y venta de pescado, Felipe y Felisa continuaban su formación.
No fue fácil conseguir un trabajo rentado para un niño de apenas doce años. Haciendo algunos contactos, mamá consiguió una recomendación para enviarme a Cadiz. Allí, había mucha gente del pueblo trabajando en la pesca y los marineros de Porto do Son eran muy apreciados.
Así fue que de mi pueblo natal pasé a vivir en una pensión de Cádiz regenteada por gente del Son, los hermanos Pazos. Ellos, aceptaron darme alojamiento y comida en su establecimiento, La Cepa Gallega, mientras me buscaban ubicación en alguno de los barcos de pesca gaditanos. A pocos días de mi arribo, me informaron que tendría una oportunidad. Mi ansiedad y entusiasmo por demostrar mi valía se dispararon.
Al día siguiente, me presenté ante el patrón de cubierta. Supongo que la primera impresión no fue muy buena, yo era un niño y mi talla por debajo de la media para mi edad. De todos modos me hizo algunas preguntas y ante mis respuestas decidió darme una oportunidad.
Me propuse no defraudar a mamá, honrar la memoria de papá y mi hermano Roque, demostrando que aprendí sus enseñanzas y enviando dinero a casa.