Soy uno de esos ciudadanos de a pié, que se enfrenta cada día a la incertidumbre de sobrevivir. Que como muchos, sale con actitud positiva, a buscar honesta y dignamente el sustento básico para la familia.
Soy uno de esos emprendedores, que desde el garaje, o del pequeño taller en el fondo de casa; en el desarrollo de mi afición, o fruto de la inspiración, la casualidad, o bien por la necesidad, decidió crear su empresa. Y así, intentar un camino propio, ser el artífice de mi futuro y el de mi familia.
Una tarea que requiere valentía, esfuerzo, determinación, vocación, actitud, conocimiento, ilusión, ingenio, recursos que siempre son escasos y sostén anímico.
Todos esos elementos, toda esa mezcla heterogénea, es la masa que debo moldear cada día para seguir adelante. Lo que significa, una serie de tareas y actividades de diferente tipo, que implican esfuerzo, dedicación, actitud y compromiso. Un círculo virtuoso, que puede parecer simple, pero que se complica cuando entran otros jugadores.
Y no me refiero solo a la competencia, que en el fondo funciona como un estímulo para ser mejor. Tampoco a los colaboradores, esas personas que resultan imprescindibles a partir de determinado momento.
Hay un conjunto de participantes, que con la misión de hacer cumplir el marco normativo, algo muy importante, necesario y que debería ser un estímulo, sin embargo se convierte en un lastre. Y esa burrocracia, que mezclada con la política mal entendida, la conjunción de lo público con lo privado, el tráfico de influencias y para resumir, la corrupción a todos los niveles. Pues consume gran parte de mi tiempo, de mis recursos, de mi salud, del bienestar de mi familia y comprometen mi principal tarea, dar continuidad a mi emprendimiento.
Una democracia desarrollada requiere un marco normativo basado en el sentido común, que cuide a todas las partes. Algo debidamente fundamentado, bien redactado y sin doble interpretación. Algo que genere ese ámbito adecuado para desarrollar nuestras actividades, que garantice la estabilidad y confianza indispensables.
También requiere una sana alternancia en el poder, sin que ello implique un constante ir y venir en ese marco legal básico. La confianza, el respeto, el acuerdo en esa materia, representan el camino hacia el bienestar y la felicidad del pueblo en su totalidad.
Pero además, para generar ese ambiente propicio para desarrollar cualquier actividad, la independencia de los poderes del estado es fundamental. Garantizan el cumplimiento estricto de las normas para todos por igual, de modo que no existan ciudadanos con tratamientos especiales ni por su estatus político, ni por su estatus social o económico.
Cuando el gobernante de turno se descuelga con elucubraciones e imposiciones trasnochadas, se transforma en destructor de la sociedad. Así como cuando culpa de todos los males a los demás, sin asumir su cuota parte de responsabilidad. Olvidando que el buen hacer es lo que genera y sostiene la continuidad de una gestión. Y esos palos en la rueda, no son buena cosa para nadie, ni siquiera para esos que se arrogan la sabiduría de legislar a su antojo.
El entramado burgués que funciona desde tiempos inmemoriales, es la base del sustento de nuestra sociedad. Claramente a mucha gente le rechina el concepto y hacen todo lo posible por abolir el sistema que consideran arcaico, feudal.
Sin embargo, lo que proponen es algo poco afortunado y que no resuelve nada. Por el contrario, anula la iniciativa, condena el esfuerzo y el talento. Margina y encierra a los que piensan por sí mismos. De ese modo se atenta, se restringe e insulta a la democracia que dicen defender.